KnoWhy #791 | Mayo 6, 2025

¿Por qué se invita a los santos a vivir la ley de consagración?

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Scripture Central

Una viuda echa una moneda en el arca del templo en una escena de los Videos de la Biblia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.
Una viuda echa una moneda en el arca del templo en una escena de los Videos de la Biblia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días.

“Y he aquí, te acordarás de los pobres, y consagrarás para su sostén lo que tengas para darles de tus bienes, mediante un convenio y un título que no pueden ser violados". Doctrina y Convenios 42:30

El Conocimiento

Cuando a José Smith se le mandó trasladar la Iglesia a Kirtland, Ohio, él y los santos recibieron la promesa del Señor de que allí “os daré mi ley, y allí seréis investidos con poder de lo alto” (DyC 38:32). Poco después se revelaron detalles de esa ley y bendición prometida en Doctrina y Convenios 42, donde se describe la ley de consagración que se invitó a los santos a comenzar a vivir1. En resumen, se mandó a los santos consagrar, o santificar, todo aquello con lo que el Señor los había bendecido y los bendeciría, a fin de colaborar en la edificación de Su reino, y así lograr restablecer una comunidad pura de Sion.

Cuando José recibió esta revelación, muchos en la zona de Kirtland ya estaban preparados para ella. La palabra Sion aparece proféticamente en el Libro de Mormón casi cincuenta veces2. Para principios de 1831, José Smith también había trabajado en su traducción inspirada de la Biblia a través de los primeros capítulos de Génesis, los cuales hablaban de un pueblo al que el Señor llamó “Sion a su pueblo, porque eran uno en corazón y voluntad, y vivían en rectitud; y no había pobres entre ellos” (Moisés 7:18). Además, muchos también habrían leído sobre la Iglesia primitiva en Jerusalén, cuyos miembros “multitud de los que habían creído era de un corazón y un alma; y ninguno decía que era suyo nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común” (Hechos 4:32). Tal vez aún más, se habrían sentido profundamente inspirados al leer que el pueblo justo del Libro de Mormón fue grandemente bendecido durante cuatro generaciones, después de que el Salvador resucitado los instruyó y ministró entre ellos, y “tenían en común todas las cosas” (4 Nefi 1:3).

Anteriormente, en 1829, Isaac Morley había comenzado una pequeña comunidad llamada “la Familia” en su granja, a las afueras de Kirtland, que procuraba emular esa visión idealista del cristianismo primitivo3. Cuando los primeros misioneros llegaron a Kirtland en el invierno de 1830–31, muchos de los miembros de esa comunidad, incluido Isaac Morley, ya estaban preparados y aceptaron el Evangelio con prontitud.

No obstante, había problemas significativos en la forma en que algunos principios eran practicados por la Familia, lo cual preocupó a José. Como lo resumió Steven C. Harper, “sus prácticas socavaban el albedrío, la mayordomía y la responsabilidad personal”, y muchos miembros aún estaban más interesados en su propio beneficio que en el bienestar de los demás miembros de la comunidad4. Por ello, John Whitmer anotó que “iban muy rápido hacia la destrucción en lo temporal”5. Cuando José recibió la sección 42, ofreció muchas correcciones divinas necesarias para que estos santos bien intencionados pudieran aplicar correctamente esta ley tan elevada.

La revelación enseñó con claridad que la ley de consagración solo podía vivirse sobre principios y doctrinas rectas. Harper comparó esta ley con un “banquillo de tres patas”, donde cada pata representa una doctrina fundamental: albedrío, responsabilidad y mayordomía6. La ley de consagración también se basa en la verdad de que “la libertad individual y la propiedad privada […] existen en relación con Dios. Nuestra cultura ignora que Dios es el dueño supremo de todo, pero la ley de consagración se fundamenta en esa verdad esencial”7.

Dios nunca quitará a nadie el poder de actuar por sí mismo, y cada persona es responsable ante Él de lo que hace con aquello que se le ha confiado como mayordomía. Por eso, el Señor declaró: “Todo hombre será responsable ante mí, mayordomo de sus propios bienes, o de lo que haya recibido por consagración, hasta lo suficiente para él y su familia” (DyC 42:32).

Practicar esta ley llegó a ser una preocupación central para muchos miembros de la Iglesia. Los integrantes de la Familia fueron de los primeros en aceptar esta revelación, y José anotó que sus errores fueron “abandonados con prontitud por la ley más perfecta del Señor”8. Esto fue especialmente cierto cuando se reveló la sección 70 de Doctrina y Convenios, la cual afirmaba que “ninguno de los que pertenecen a la iglesia del Dios viviente queda exento de esta ley” (v. 10).

En los primeros días de la Iglesia, los miembros que consagraban sus bienes los colocaban “ante el obispo de mi iglesia y sus consejeros” y en realidad los cedían a la Iglesia por medio de una escritura. El obispo, a su vez, asignaba al miembro la mayordomía sobre esa propiedad (DyC 42:32). El llamado a consagrar propiedades también se daba junto con el mandamiento de acordarse "de los pobres, y consagrarás para su sostén lo que tengas para darles de tus bienes, mediante un convenio y un título que no pueden ser violados” (DyC 42:30). Este llamado se repitió varias veces en aquellos años, especialmente cuando los santos más pobres se trasladaban a Kirtland y Misuri y dependían de la compasión de sus hermanos en la fe (véase DyC 48:2–3).

A menudo, las propiedades cedidas a la Iglesia no cambiaban realmente de manos, pero el acto de hacerlo demostraba la fe de los santos y su disposición a vivir las leyes y principios de Dios9. También quedaba a discreción de cada miembro qué o cuánto consagrar; de hecho, José instruyó al obispo Edward Partridge que no interfiriera con el albedrío de ningún hombre, sabiendo que el Señor juzgaría a cada individuo10.

Una iniciativa específica para aplicar la ley de consagración fue la organización de la Firma Unida, cuyo objetivo era utilizar los fondos consagrados para sustentar a quienes trabajaban a tiempo completo imprimiendo las Escrituras y otros materiales de la Iglesia. Además, la Firma Unida (conocida ocasionalmente como la Orden Unida) operó entre 1832 y 1834 y estaba conformada por once líderes que utilizaron sus propiedades consagradas para apoyarse mutuamente en la administración de algunos asuntos de la Iglesia11. Aunque la Firma Unida fue disuelta mediante la revelación que se halla en Doctrina y Convenios 104, eso no significó el fin de la ley de consagración, sino solo el término de una forma específica en la que se practicó esta ley para cumplir un propósito determinado12.

En 1838, se recibió una revelación adicional sobre cómo los santos podían vivir la ley de consagración. En una carta dirigida a José Smith, el apóstol Thomas B. Marsh informó con optimismo: “Parece que el pueblo desea vivir toda la ley de Dios; y creemos que la Iglesia se regocijará en vivir la ley de consagración tan pronto como sus líderes lo indiquen o les enseñen cómo hacerlo”13. En respuesta a esa disposición fiel, José Smith recibió y declaró la sección 119 de Doctrina y Convenios el 8 de julio de 1838, en la que se estableció que los santos “pagarán la décima parte de todo su interés anualmente; y esta les será por ley fija para siempre” (versículo 4). Como ley permanente, los santos de los últimos días pagan el diezmo hoy día como parte de su esfuerzo por vivir la ley de consagración14.

El Porqué

En la actualidad, los miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días ya no ceden sus propiedades a la Iglesia ni reciben una mayordomía escrita sobre ellas. Sin embargo, eso no significa que los santos no vivan la ley de consagración hoy en día, ya que esta **nunca ha sido revocada**. Steven C. Harper resumió: “Algunas prácticas periféricas se han adaptado, pero todas las doctrinas esenciales perduran. Algunos medios se han modificado. El fin —la vida eterna— permanece”15. De igual forma, el presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “La ley del sacrificio y la ley de consagración no han sido abolidas y aún están vigentes”16.

En la investidura del templo, los santos de los últimos días hacen un convenio especial de vivir la ley de consagración tal como fue explicada en las revelaciones de José Smith. Como tal, el deber de observar todos los aspectos de esa ley es algo que los miembros deben esforzarse por cumplir. Al pagar un diezmo íntegro y dedicar a los propósitos de Dios todo nuestro tiempo, talentos y todo lo que Él nos ha dado, hallamos plenitud, amor y gozo al vivir esta manifestación exterior de que todo, en última instancia, le pertenece a Dios, y que Él nos honra al permitirnos bendecir a otros en este mundo. Como observa Harper: “No hay nada en el templo ni en Doctrina y Convenios que nos desanime de vivir la ley de consagración aquí y ahora. No estamos esperando una luz verde del Señor. Él está esperando que nosotros actuemos”17. Al vivir la ley de consagración, los santos pueden apropiarse de la promesa que el Señor dio a todos los que la sigan: “[A] fin de que mi pueblo del convenio se congregue como uno en aquel día en que yo vendré a mi templo. Y esto lo hago para la salvación de mi pueblo” (DyC 42:36).

Como observó Hugh Nibley, el convenio hecho en el templo de vivir la ley de consagración “lo hace el individuo al Padre en el nombre del Hijo; es algo privado y personal, un convenio con el Señor. Él lo ha dispuesto específicamente para instaurar un orden social: para salvar a su pueblo como pueblo, para unirlo y hacerlo de un solo corazón y una sola mente, independiente de cualquier poder terrenal”18. En definitiva, corresponde a cada persona vivir la ley y los principios subyacentes de la consagración; y al hacerlo, puede recordar más eficazmente a los pobres y necesitados, y ayudar a preparar al mundo entero para la Segunda Venida de Cristo, tal como lo prometió el Señor al revelar esta ley tan elevada y santificadora.

Otras lecturas
Notas al pie de página
Doctrina y Convenios
Ley de consagración
Sion
Kirtland, Ohio
Isaac Morley
Kirtland
Albedrío
Responsabilidad
Consagración
Responsable
Orden unida
Diezmos
Dios
Ley de sacrificio
La investidura del templo
Segunda Venida

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